Un pintor de las esencias: Hugo Irureta en busca del ser latinoamericano

Un pintor de las esencias: Hugo Irureta en busca del ser latinoamericano

Desde las calles de La Boca hasta los paisajes norteños, la obra de Hugo Irureta supera tiempo y espacio, con su mezcla de virtuosismo técnico y compromiso con la identidad y la cultura de su país.

En mayo de 1977, en el marco del LIV Salón Anual de Santa Fe, un jurado reunido para la sección pintura, en el cual participaron Eduardo Ballari, Ana Maria Pizarro y con la presidencia de la directora del Museo, Nydia Pereyra Salva de Impini (que cumplió similares funciones en las demás secciones), otorgó el premio adquisición Gobierno de la Provincia a Hugo Irureta por su óleo “La mesa”. Los especialistas valoraron la “plácida construcción y diestro ensamble de ocres y tierras, que evidencia un depurado oficio”, según consta en la edición de El Litoral correspondiente al martes 24 de mayo de 1977.
Irureta había nacido en 1928, pero los primeros destellos de su genio pictórico se hicieron visibles en 1949, cuando expuso en salones nacionales e internacionales. En 1964, su trayectoria tomó un giro importante cuando fue becado por el Instituto de Cultura Hispánica para realizar un viaje de perfeccionamiento por España, Italia y Francia.
Irureta no solo se destacó por su virtuosismo técnico, sino también por el compromiso con la identidad y la cultura de su país. Sus primeras producciones estuvieron impregnadas de los paisajes de La Boca, pero con el tiempo su mirada se desplazó hacia los escenarios norteños, donde buscó plasmar los rasgos identitarios primigenios de la región. Esta evolución artística culminó en una etapa marcada por la construcción de un indoamericanismo de tinte personal, donde las raíces culturales de América Latina se entrelazan con la visión única del artista.
Cabe citar unas palabras que le dedicó El Tribuno de Jujuy, provincia que Irureta eligió junto a Buenos Aires como ámbito de inspiración. “Como pintor supo definirse como artista de la Boca, geografía paisajística en la que se inscribió desde sus comienzos y donde siguió teniendo uno de sus dos atelier, el otro en un altillo tras el museo tilcareño. Allí comenzó a retratar esquinas de una mitología urbana donde hombres sin rostro se amuchaban en torno a las mesas de los bares porteños”.


Parte integral de colectivos artísticos como el Grupo Buenos Aires, el Grupo de los Nueve y el Grupo de la Ribera, Irureta fue además de pintor un difusor cultural, fundador del Museo de Artes Plásticas de Animaná en 1980, y posteriormente del Museo de Bellas Artes en Tilcara en 1988. Además, donó obras de su autoría a instituciones y entidades de beneficencia, así como a la Casa Argentina de París. “La pintura es un proceso de vida”, afirmó en una entrevista que le realizó Vicente Zito Lema. Ese fue el lema que le permitió seguir activo hasta su muerte, a una edad avanzada, en 2015.

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