La exposición en el Palau Martorell de Barcelona es la primera después de la muerte del pintor y recorre toda su trayectoria a través de pinturas, acuarelas, dibujos y esculturas
(Medellín, 1932-Mónaco, 2023) quiso ser torero antes que pintor. A los 12 años se apuntó a la escuela de tauromaquia de Medellín pero pronto se dio cuenta de que su verdadera arena no era la plaza sino la pintura. No tardó en dejar la escuela para sentarse frente a la plaza de toros, donde comenzó dibujando sus primeras acuarelas en torno a la lidia, tema que ha sido recurrente durante una trayectoria que abarcó más de siete décadas.
Ha pasado poco más de un año de su muerte y el pintor colombiano más universal regresa a la escena artística gracias a Fernando Botero. El maestro universal, una exposición comisariada por Cristina Carrillo de Albornoz, experta en su obra, y Lina Botero, hija del pintor, que reúne más de 110 obras —entre pinturas, dibujos, acuarelas, carboncillos y esculturas— y que se podrá ver hasta el próximo 20 de julio en el Palau Martorell de Barcelona. Dividida en diez secciones, es un recorrido por sus temas más recurrentes: Latinoamérica, el circo, la religión o la naturaleza muerta.
Aunque Botero es conocido por sus grandes volúmenes, entre sus primeras influencias incluyen artistas como Gauguin. “Con 15 y 16 años tenía una visión romántica en torno a la pintura y el fin de semana salía al campo con sus amigos, se sentían como los artistas europeos aunque no habían visto sus obras porque en la Medellín de entonces no había museos importantes”, recuerda Lina Botero.
En aquella época también mostró interés en Picasso, artista que motivó una travesía de casi un mes en barco a España a los 20 años. “Llegó a Barcelona y el primer cuadro que vio fue uno de Picasso. Solo estuvo tres días y se trasladó a Madrid”, recuerda Cristina Carrillo de Albornoz.
En la capital española ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando pero enseguida se dio cuenta de que “aprendería más en los museos que en las aulas”, apunta Lina Botero. Con un interés insaciable por el arte, Botero visitaba a diario el Museo del Prado e intentaba copiar obras de artistas como Velázquez, Tiziano o Goya. “Velázquez es el maestro total, le enseña el camino a la excelencia y que a través de la pintura se puede conseguir lo sublime”, añade Carrillo de Albornoz.
Una tarde, al salir del Museo del Prado, pasó por delante de una librería y se detuvo ante un libro abierto con una obra de Piero della Francesca. “La imagen le impactó tanto que al día siguiente compró el libro y tomó una decisión: cogió la vespa y junto a un amigo se fue a Italia a aprender del Quattrocento”, apunta Lina Botero. Fue en Florencia, pintando de manera incansable y estudiando los tratados renacentistas cuando comprendió la importancia del volumen. “Entonces entendió que estaba en el camino correcto, pero tenía que encontrar su propio volumen”, añade Carrillo de Albornoz.
El inicio del boterismo
El viaje por Europa de 1952 fue revelador y le permitió reinterpretar a los grandes maestros de la pintura. Algunas de las piezas destacadas de la exposición es Menina, según Velázquez, un lienzo que durante más de 40 años ha presidido su taller de París y que se expone en público por primera vez.
Otra de las obras inéditas de esta exposición es Homenaje a Mantegna, con la que ganó el Salón Anual de Colombia en 1958 y cuyo paradero se desconocía hasta que Lina Botero la localizó en una colección privada en América. Cuando Botero ve por primera vez los frescos de Andrea Mantegna se queda perplejo y hace varias versiones de sus obras. Como todas las obras del artista, se trata de una versión muy personal de uno de los frescos que decoran la Cámara de los esposos del Palacio Ducal de Mantua.
Al quedarse sin dinero, Botero regresó a Colombia, conoció a su mujer y se trasladó a México, “la meca del arte latinoamericano de la época”. Allí conoció el trabajo de los muralistas mexicanos y cómo estos miraron hacia su propia realidad y sus raíces. Aquella influencia, junto con el descubrimiento del volumen en Italia que marcó el inicio del boterismo, lo llevó a entender que su vida y sus propias vivencias podrían ser los protagonistas de su obra.
Color y serenidad
La exposición también reúne sus series icónicas en las que aborda sus temas más recurrentes como Latinoamérica, el circo, la religión o la naturaleza muerta. Estas constantes, junto a su particular uso del color y la serenidad hierática de sus figuras, marcan los rasgos de su obra. “Parece que sus personajes no tienen expresión pero Botero no quería centrar la expresión en el rostro si no en toda la pintura”, recuerda Cristina Carrillo de Albornoz.
Aunque maestros de la pintura como Velázquez y los renacentistas fueron las grandes referencias de Botero, su obra se basa en la memoria y los recuerdos, en la tradición artística europea y latinoamericana. En obras como el díptico Según Piero della Francesca (1998) incluye los paisajes de Antioquía, mientras que los bosques latinoamericanos se cuelan en otras obras.
Botero y la denuncia social
Convencido de que el arte debe ennoblecer la vida y producir placer, Botero hizo dos paréntesis para denunciar la violencia en Colombia y las torturas de los soldados americanos en la cárcel de Abu Ghraib en Irak, de las que tuvo conocimiento leyendo un reportaje de la revista The New Yorker durante un vuelo de París a Nueva York. “Sintió un shock tan grande que al instante cogió un cuaderno para ponerse a dibujar. Supo que tenía que denunciar estos episodios, que la pintura era una plataforma para que el mundo supiera lo que estaba ocurriendo”, sostiene Cristina Carrillo de Albornoz.
Botero creó una serie de sesenta dibujos que donó al Brooklyn Museum of Art y otros diez a un museo de Washington. “En Barcelona se pueden ver los que quedan de aquella colección, nunca quiso vender esas piezas porque no quería lucrarse con el dolor ajeno”, asegura Lina Botero, que en los últimos meses está trabajando en la creación de la Fernando Botero Foundation, a través de la que quiere mantener vivo el legado de Fernando Botero.
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