Impresionismo, surrealismo, la Bienal de Venecia, locos y diseño latinoamericano en este recorrido por exposiciones destacadas
El calendario artístico de 2024 cerró con grandes eventos, algunos a escala global, otros centrados en aspectos no muy conocidos de algunos artistas.
En esta nota, una selección de muestras que recorrieron vanguardias, el quéhacer del artista o acercamientos a nuevos modos de entender la historia.
na ambiciosa exposición que conmemora los 100 años de este movimiento artístico, que reúne alrededor de 500 piezas, entre pinturas, esculturas, textos, películas y documentos, en un espacio de 2.200 metros cuadrados.
Esta exhibición, que estará abierta hasta el 13 de enero, forma parte de un recorrido itinerante que comenzó en el Museo Real de Bellas Artes de Bruselas y que continuará en ciudades como Madrid, Hamburgo y Filadelfia hasta 2026.
La exposición no solo celebra el centenario del surrealismo, sino que también busca resaltar su diversidad y relevancia contemporánea.
Entre las obras más destacadas se encuentra L’empire des Lumières de René Magritte, una de las variaciones del artista sobre el contraste entre luz y sombra, que recientemente alcanzó un récord de subasta de 121,2 millones de dólares. Otras grandes nombres que se presentan son Salvador Dalí, Giorgio de Chirico, Max Ernst, Joan Miró y Picasso.
Además, la muestra pone un énfasis especial en las mujeres artistas, como Leonora Carrington, Remedios Varo, Dora Maar y Dorothea Tanning, quienes encontraron en el surrealismo un espacio para la emancipación y la experimentación artística
También se destaca la expansión global del surrealismo desde la década de 1930, con obras de artistas de países como México, Japón y Dinamarca, entre los que se encuentran Rufino Tamayo, Tatsuo Ikeda y Wilhelm Freddie, cuyas contribuciones reflejan la influencia del surrealismo más allá de Europa y América.
Esta edición del gran evento global del arte contemporáneo tuvo dósis de admiración como de rechazo.
El evento, que contó con participación récord argentina, tuvo por primera vez un curador latinoamericano, el brasileño Adriano Pedrosa, quien generó una propuesta que miraba hacia el sur, las identidades, la minorías, algo histórico también.
Así, de los 330 artistas de 80 países que participaron, más de un centenar de los invitados, provino de latinoamericana y su presencia se hizo notar tanto en los pabellones nacionales -Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Cuba, México, Panamá, Perú, Uruguay y Venezuela- como en la muestra central.
Solo para dar un ejemplo que dimensiona la situación sobre la participación mayoritaria de artistas del Sur Global, que durante mucho tiempo ha sido ignorado por los circuitos principales del mundo del arte, fue la primera vez que se presentó una obra de Frida Kahlo, por ejemplo, con su cuadro de 1949 “Diego y yo”, que colgó junto a otro de su marido y compañero de profesión, Diego Rivera.
Por supuesto, todo movimiento genera malestar y no todas las reseñas fueron positivas. The New York Times la calificó como “en el mejor de los casos, una oportunidad perdida, y en el peor, algo cercano a una tragedia”, mientras que en Harper’s se la describió como “un giro nostálgico a la historia y una fascinación con la identidad, presentada en formas familiares” y asegurando que el encuentro se convirtió en la última década en “chatarra reciclada, artesanía tradicional y arte popular”.
La exposición desafió las narrativas tradicionales sobre el Imperio Romano, desplazando el foco de atención hacia las regiones del este y el sur del antiguo imperio, en una muestra, curada por Andrea Myers Achi, que puso en evidencia las profundas conexiones culturales, económicas y artísticas entre el mundo bizantino y las provincias africanas, destacando cómo estas regiones jugaron un papel crucial en la configuración de la historia y la identidad del imperio oriental, incluso siglos después de la caída de Roma en Occidente en el año 476.
La exposición se estructuró en tres secciones principales que abarcaron desde la Antigüedad tardía hasta los últimos 500 años, explorando temas como el comercio, la religión y la multiculturalidad. En la primera parte, se examinó el papel de África como un eje vital para el sustento del imperio bizantino. Egipto, por ejemplo, era conocido como el “granero de Bizancio”, mientras que Túnez se destacaba como un centro de producción de mosaicos.
La segunda sección abordó la expansión y adaptación del cristianismo bizantino en África durante la Edad Media. En este contexto, se presentaron objetos que ilustran cómo las tradiciones cristianas y paganas coexistieron e incluso se influenciaron mutuamente.
La última parte de la exposición se centró en la complejidad multicultural de estas regiones durante los últimos cinco siglos, incluyendo la expansión del Islam, el auge del Imperio Otomano y la configuración del mundo moderno. Entre los objetos más destacados se en contraron cruces etíopes elaboradas entre los siglos XII y XVII, que demostraban el virtuosismo artístico excepcional en el diseño geométrico.
Entre las artistas representadas en la exposición se encontraron nombres como Mary Beale, Elizabeth Butler y Laura Knight, quienes desafiaron las expectativas de su tiempo al exponer sus obras en público y construir carreras profesionales
Las obras seleccionadas reflejaron los desafíos que estas artistas enfrentaron en sus respectivas épocas, al intentar desarrollar carreras profesionales en un entorno dominado por hombres. En muchos casos, las mujeres rompieron con los estereotipos de género al abordar temas considerados exclusivamente masculinos, como las escenas de batallas. Un ejemplo destacado es el cuadro ‘The Roll Call’ (1874) de Butler, que retrata a soldados pasando lista durante la guerra de Crimea.
La muestra también puso de relieve cómo las experiencias de estas mujeres variaron según su contexto social y personal. Aunque muchas de las artistas provenían de entornos privilegiados, compartían una lucha común contra las limitaciones impuestas por su género.
“Figuras del loco. De la Edad Media al Romanticismo”, que está abierta hasta el 3 de febrero de 2025, muestra más de 327 obras, entre pinturas, dibujos y objetos, para analizar cómo la figura del loco y del bufón ha sido representada en el arte europeo a lo largo de los siglos.
Este recorrido abarca desde la Edad Media hasta el Romanticismo, explorando un fenómeno que, durante siglos, despertó tanto fascinación como inquietud en la sociedad europea.
La exposición examina cómo esta figura comenzó a tomar forma en el arte medieval, en un contexto en el que Europa enfrentaba constantes epidemias, enfermedades y la omnipresencia de la muerte. En los manuscritos iluminados de la época, el loco aparecía en los márgenes, a menudo con un gorro de cascabeles y un garrote de madera, y en ocasiones acompañado de animales exóticos como monos. Estas representaciones iniciales lo mostraban como un personaje marginal, a veces desnudo y vociferante, que desafiaba las convenciones sociales.
Según la curadora, Elisabeth Antoine-König, en el pensamiento religioso medieval el loco era visto como un “lunático que rechazaba a Dios”. Sin embargo, con el tiempo, esta figura evolucionó hacia la del bufón, un personaje que, a través del humor, se atrevía a decir verdades incómodas, incluso frente a los reyes. En el siglo XV, esta transformación quedó reflejada en obras literarias como La nave de los locos, de Sébastien Brant, publicada en 1494 durante el Carnaval en Basilea. Este libro se convirtió en el segundo más vendido en Europa después de la Biblia, lo que evidencia el impacto cultural de esta figura.
Artistas como Peter Brueghel y El Bosco incorporaron al loco como un elemento central en sus composiciones, mientras que en los juegos de cartas y en el ajedrez, el bufón también encontró su lugar, representado en piezas como el alfil, conocido en francés como “fou” (loco). Por su parte, el humanista Erasmo de Rotterdam publicó en 1501 Elogio de la locura, una obra que defendía el pensamiento heterodoxo en un contexto marcado por la intolerancia religiosa.
Con la llegada de la Ilustración en el siglo XVIII, el pensamiento racional intentó desterrar la obsesión por la locura. Sin embargo, artistas como Francisco de Goya recordaron que la razón no siempre triunfa sobre los impulsos irracionales. El Romanticismo rescató nuevamente la figura del loco, pero esta vez como un artista incomprendido. Un ejemplo de ello es el autorretrato de Gustave Courbet, titulado Retrato del loco, que cierra la exposición, subrayando la conexión entre la locura y la creatividad.
Claude Monet, Pierre-Aguste Renoir, Alfred Sisley, Édouard Manet, Berthe Morisot... En total fueron 31 artistas, orgullosos defensores de la pintura al aire libre, de retratar fábricas, trenes, cabareteras o pobres, en lugar de pomposos desfiles militares, escenas religiosas o leyendas mitológicas.
Una experiencia inmersiva que transportó a los visitantes al París de 1874 fue uno de los principales atractivos de la exposición del Museo de Orsay, que celebró los 150 años del nacimiento del impresionismo.
La muestra reunió 157 obras maestras de este movimiento artístico y una instalación de realidad virtual que permitió recorrer las calles de la capital francesa tal como eran en aquella época, un proyecto que requirió dos años de investigación y desarrollo.
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