El arte y la cultura en Palestina sufren en medio de los miles de asesinatos que han dejado los bombardeos de Israel. Un homenaje a tres artistas palestinos -un escritor y profesor, una pintora y una novelista y poeta- que murieron en 2023 tras ser impactados por las bombas israelíes, las mismas que Sudáfrica recientemente denunció ante el tribunal de la Corte Internacional de Justicia.
Por Santiago Erazo
Periodista de cultura en Revista RAYA
Al concepto en cuestión lo llaman sumud y significa algo como “resistencia” o, en términos más occidentales, “resiliencia”. En la cultura palestina atraviesa toda su historia reciente, escrita a sangre y fuego, y tiene como punto de origen la Nakba de 1948. El sumud es lo que les ha permitido a los palestinos volver a sembrar sus olivos después de haber sido incendiados. Es lo que alimenta el ímpetu con el que una familia vuelve tras el destierro. Es lo que se puede atisbar en el fondo de la valentía con la que un padre decide quedarse en su tierra después de haber perdido a sus hijos. Es una premisa profunda en cuyo corazón anida la tradición palestina de contar historias. El poeta y crítico literario Refaat Alareer dice en el libro Gaza Writes Back (Just World Books, 2014), una antología de cuentos cortos escritos por quince jóvenes escritores gazatíes, que son las historias, la transmisión de las mismas, las que despiertan el deseo de vivir de sus coterráneos.
El arte en Palestina –su pintura, su música, su literatura– ha dialogado con esa tradición de contar historias cimentadas por el sumud, y han sido los artistas quienes han buscado contar el dolor y la búsqueda de luz, pero también los que, durante los últimos meses, además de otros miles de palestinos, han perdido la vida en medio de la guerra. Volver a sus pinturas, a sus novelas o a sus poemas es encontrarse con involuntarias y prematuras despedidas, con obras inspiradas por el sufrimiento y la angustia, pero también por el deseo y la ilusión; con piezas que, de una u otra manera, prefiguraron la tragedia que vivirían quienes las crearon en medio de la incertidumbre. A continuación tres breves homenajes a tres artistas palestinos fallecidos en 2023: Refaat Alareer, Heba Zagout y Hiba Kamal Abu Nada.
Refaat Alareer (1979-2023)
El día en que Refaat Alareer falleció, el pasado 7 de diciembre, un amigo suyo, el poeta palestino Mosab Abu Toha, publicó la noticia en su Instagram acompañada de una fotografía de Refaat sosteniendo una caja de madera llena con fresas. “Ambos amábamos recoger fresas juntos. Tomé la foto el verano pasado. Esto es realmente brutal”, terminaba el mensaje del post. La despedida de Mosab Abu Toha fue una de las primeras en recorrer la red. En volandas llegaron las demás condolencias, que reconocían a Alareer como uno de los escritores más importantes de Palestina y un mentor para los escritores jóvenes del país.
Refaat solía recoger fresas en los campos de Gaza, pero también cosechaba historias a lo largo de la franja: las de los jóvenes gazatíes que tenían el deseo de relatar el desamparo y que registraban a través de las palabras cómo la geografía palestina ha cobrado la forma de una cicatriz en Medio Oriente. El producto de la siega quedó consignado en dos libros: el ya citado Gaza Writes Back y Gaza Unsilenced (Just World Books, 2015), una compilación de reflexiones sobre el conflicto hechas por escritores palestinos tras el ataque del Ejército israelí en 2014. A su vez, Refaat Alareer, quien trabajaba como profesor en la Universidad Islámica de Gaza, lideró durante muchos años We Are Not Numbers, un proyecto que brindaba talleres de escritura a jóvenes gazatíes. Su labor fue democratizar la literatura y la escritura en Gaza, lejos de las torres de marfíl de la academia.
El 30 de noviembre de este año, Nora Barrows-Friedman, editora de The Electronic Intifada, saludó a Refaat Alareer en lo que terminó siendo su última entrevista, ocho días antes de su muerte. Barrows-Friedman le decía que se alegraba de verlo otra vez “sonriente y guapo” tras la cámara. En ese momento Refaat afirmó estar bien, “luchando como todos en Gaza”. Hizo hincapié en la falta de suministros básicos y en la similitud entre lo que estaba ocurriendo allí y lo sucedido durante la Segunda Guerra Mundial: “La destrucción que veíamos en fotos sepias está ocurriendo frente a nuestros ojos”. Durante los meses que vivió la intensificación de la guerra sufrió el dilema de muchas familias gazatíes: quedarse todos juntos y arriesgarse a morir o sobrevivir en separado. Al final vivió el horror de ambas tragedias. El 1 de noviembre, poco más de un mes antes de ser asesinado por el Ejército israelí, publicó en su perfil de X un poema que puede leerse como un testamento y un adiós cifrados en verso:
“Si debo morir,
tú debes vivir
para contar mi historia,
para vender mis cosas,
comprar un trozo de tela
y algunas cuerdas,
(hazlo blanco con una cola larga)
para que un niño, en algún lugar de Gaza,
mientras miras el cielo a los ojos
esperando a su padre que se fue en llamas
y no te despidas de nadie,
ni siquiera de su carne,
ni siquiera de sí mismo (...)”.
Heba Zagout (1984-2023)
La Palestina de Heba Zagout, la retratada en sus pinturas, es iridiscente y está erizada de mezquitas y palomas. También se ven con frecuencia las mujeres vestidas con tatreez (un tipo de bordado palestino) y los cactus, las naranjas y los caballos. De cuando en vez estallan fuegos artificiales, que lucen como dalias abriéndose en el cielo. Cuando pintaba a Jerusalén, lo hacía tapizando su suelo con anémonas rojas, esas flores que los griegos asociaban al soplo del viento en la primavera. El periódico Al-Hadath describía así su estilo: “En sus pinturas hay tres elementos que forman una base sobre la cual construir sus temas. El primero es su patria, Palestina. El segundo es la mujer en un sentido amplio o a través de su papel de madre. El tercero es la naturaleza, con sus diversos componentes, que a veces se combinan en una sola obra que presenta estos tres elementos”.
Heba estudió diseño gráfico en la Escuela de Formación de Gaza en 2003 y luego se graduó en la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Al-Aqsa de Gaza. Trabajaba como profesora de arte en el Ministerio de Educación y estaba dedicada a sus dos hijos y a plasmar tanto la Palestina que ella añoraba como el desasosiego gazatí. Una de sus pinturas más lúgubres es el retrato de una mujer triste con una ave enjaulada sobre su cabeza. En otra se ve a una joven sentada con los ojos cerrados, mientras le da la espalda a una ventana que muestra una ciudad en llamas, con el cielo inyectado de sangre, y junto a ella dos palomas revoloteando por la habitación.
Unas semanas antes de fallecer, Heba compartió una publicación de otra pintura en la que ilustraba a una mujer melancólica sujetando una paloma. En el pie de foto decía: “Constantemente buscamos seguridad en nuestras vidas. Podemos hallarla en el amor, pero la búsqueda persistirá”. El pasado 13 de octubre murió junto a sus dos hijos tras un ataque aéreo israelí. En una carta póstuma, la periodista argelina Wiame Awres, que también es pintora, la despedía diciéndole: “Debes saber que muchos vimos tus pinturas y nos encantaron. Te amábamos. Tras tu muerte se supo que las pinturas se quemaron durante el bombardeo. Pero las hemos visto y documentado desde tu página. Tú, querida mujer palestina, fuiste secuestrada por un bombardeo cuyo origen también se conoce (...). Cómo esperaba que tus intentos de sobrevivir tuvieran éxito. Pero nos dejaste, te arrancaron de todos nosotros”.
Hiba Kamal Abu Nada (1991-2023)
A Hiba no le gustaba el ruido de las conversaciones, cuenta la periodista Najla Najm en nota para el portal árabe Banfsj. Si no eran discusiones reales, ricas, se mantenía alejada de los protocolos y la cháchara. Su relación con las palabras hacía que su escritura fuera, en palabras de Najm, “afectuosa”. Según la periodista: “cuando empiezas a leer sus textos sientes que algo te abraza; ella escribe como un lector que busca un espejo donde reflejar su secreto escondido”.
Hiba hacía parte de esa estirpe de artistas que gozan de una gran sensibilidad y al tiempo de una gran inteligencia, distribuidas ambas en sendas proporciones. En un año podía recibir el segundo lugar en el Premio Sharjah de Creatividad Árabe por su novela El oxígeno no es para los muertos, entre 70 candidatos a lo largo y ancho del mundo árabe, y al otro podía obtener su maestría en nutrición, un tiempo después de haberse graduado como bioquímica en la Universidad Islámica de Gaza. Era una mujer prolífica, que a sus 32 años había logrado lo que otros se tardan el doble de tiempo en conseguir.
También era poeta. En Internet se viralizó el poema que escribió pocos días antes de fallecer tras un bombardeo israelí; ese poema en el que decía: “La noche en la ciudad es oscura, excepto por el brillo de los misiles; silenciosa, excepto por el sonido del bombardeo; aterradora, excepto por la promesa tranquilizadora de la oración; negra, excepto por la luz de los mártires”. En el puñado de poemas suyos que es posible rastrear en la red se logra identificar el agobio ante una soledad irredenta en medio de la guerra; la oscuridad del desamparo; el silencio del abandono del mundo. “Estos son tiempos oscuros en los que nadie nos defiende”, dice uno de sus versos. “Qué sola estaba / nuestra soledad / cuando ellos ganaron sus guerras”, dice otro. En medio de la orfandad, la escritura aparecía como algo similar a un consuelo. Los personajes de El oxígeno no es para los muertos “crecieron durante tres años mientras ella crecía con ellos”, afirma Najla Najm. Ellos lloraban y ella “se secó el dolor que caía sobre sus mejillas, y continuó, letra por letra, coma por coma, para revelar su historia”, situada en el contexto de las revoluciones árabe
siglo XX y la búsqueda de libertad que atravesaba las mismas.
Los meses pasaron y el agudizamiento del conflicto fue socavando el sosiego. Un día antes de morir, escribió en su Facebook: “Mi círculo de amigos disminuye; ellos se convierten en pequeños ataúdes esparcidos por todas partes”. El 20 de octubre el Ejército israelí lanzó un misil que cayó en su vecindario. La foto satelital tomada tras el bombardeo deja ver los signos del horror: un cúmulo de ruinas grisáceas que cubren lo que antes estaba apuntalado por la vida.
Poco después de su fallecimiento, uno de sus exprofesores, Yasser Shahin, lamentó que la muerte de Hiba suponía también el fin de sus sueños, como el de hacer una película basada en una de sus historias. Quedan también las novelas y los poemarios inconclusos, y la certeza de que sin Hiba, sin Heba y sin Refaat, el mundo –la dura belleza que lo subyace y lo soporta– es un poco más huérfano.
https://revistaraya.com/tres-heridas-abiertas-en-el-arte-palestino