La muestra que conmemora el centenario del artista, creador de Casa Pueblo y gran puente artístico entre la Argentina y Uruguay, invita a un recorrido por su obra inolvidable
Una escultura de zinc, dorada, que parece una llave de casi dos metros de alto, recibe al visitante en el segundo piso de Colección Fortabat y abre la puerta en el edificio que se levanta sobre el Río de la Plata a una muestra en homenaje al artista uruguayo Carlos Páez Vilaró: el próximo 1° de noviembre cumpliría cien años. Otra, también de zinc, pero plateada y con forma de sol o de timón, despide al público en el final. Durante el recorrido, dieciocho cuadros y un sinfín de pinceladas y gestos de espátulas de colores relatan momentos de la vida del artista y dejan entrever su imaginario.
Viejos documentos atestiguan en una vitrina capítulos de esa biografía: unas cartas de Astor Piazzolla, China Zorrilla y Jorge Luis Borges, asoman entre afiches de exposiciones de antaño, incluso el de la primera en la fila de su larga trayectoria, allá por julio de 1955, en la galería Wildenstein, en Buenos Aires. Sesenta y ocho años después, cuatro de esos óleos dialogan sobre una misma pared con ocasión de esta conmemoración. Son escenas de la vida en el conventillo Mediomundo [una casa en Montevideo donde habitaban familias afro-descendientes] y del candombe uruguayo, retratadas en colores tierra y rosa viejo. “Tenía su atelier en el conventillo. Su obra era de mucha frescura porque él estaba empapado del espacio, de la inmediatez y de la energía del lugar”, dice María Dezuliani, curadora de esta muestra y directora ejecutiva del Museo Casapueblo. Dos obras de finales de los años cincuenta evidencian el quiebre en el estilo del pintor. Las curvas se enderezan, los planos se distorsionan, se va desarmando la forma y las figuras se facetan. Un aire cubista ingresa al lienzo y abre paso a la cuarta dimensión.
Cruzar la sala es como atravesar el río desde Uruguay, llegar a Buenos Aires y palpar en el mismo plano un poco de la cultura bonaerense. Gardel, Maradona, la 9 de Julio, el Obelisco, el Cabildo y el Congreso de la Nación aparecen en la obra Homenaje a Buenos Aires, un pequeño collage que originó posteriormente el mural de Figueroa Alcorta y Tagle. Los hinchas de Boca están en una tela titulada Boca, una pasión (1998) y la noche porteña, en Fernet Branca (2011). Si uno se detiene a mirar, se sentirá observado por decenas de ojos que se repiten con la misma silueta en estos cuadros. Los hinchas de fútbol, la pareja del bar, un sol y un gato. Todos miran igual.
Las tres telas del fondo fueron exhibidas en la última muestra que realizó en vida el artista: fue en junio de 2013, en el Museo de Arte Tigre. Sobre unos fondos blancos se despliegan y se entrelazan, a modo de mapa mental, imágenes de personas, gatos, peces, tortugas, mariposas, máscaras africanas, símbolos, estrellas, y ojos, muchos ojos que miran. “Es como si Carlos hubiera querido unir en un baúl todo lo que pintó durante su vida; como un resumen —remata la curadora—-. Le quiso rendir un homenaje al color que lo había inspirado para volcar sus obras sobre el bastidor: el blanco”.
Para agendar
Carlos Páez Vilaró, cien años de un rioplatense, organizada por el Museo Casapueblo, la Colección Fortabat y la embajada de Uruguay en Argentina, puede visitarse de jueves a domingos, de 12 a 20, en Olga Cossettini 141. Entrada general, $1000; los jueves, $500.