Marco, mirada norteña del arte contemporáneo

Marco, mirada norteña del arte contemporáneo

Este museo se integra al panorama artístico mundial como uno de los más relevantes de su tipo en América Latina. Por él ha desfilado obra de personajes de la talla de Ai Weiwei o Ron Mueck, pero también ha sido una plataforma para creadores del norte.
El Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO) es hoy uno de los recintos culturales más importantes, no sólo de México, sino de toda Latinoamérica, enfocados en la preservación y difusión de arte contemporáneo. Cuando fue inaugurado en 1991, eran pocos los espacios nacionales que abrían sus puertas a este tipo de expresiones artísticas innovadoras. Los escasos museos donde tenían cabida, como el Tamayo, el Universitario del Chopo o el Carrillo Gil, estaban todos en el entonces Distrito Federal. De hecho, prácticamente toda la actividad cultural del país se concentraba en la capital, por lo que la creación del MARCO fue punta de lanza en la descentralización de la cultura, haciéndola accesible a una mayor parte de la población mexicana.
La idea de dar vida al MARCO surgió en 1989, cuando la filántropa regiomontana Márgara Garza Sada, quien ya había participado en la fundación del Museo Tamayo, unió fuerzas con el empresario Diego Sada para dotar a la ciudad de Monterrey, cuya economía sobresalía en el naciente neoliberalismo que siguió a la crisis financiera de 1982, de un espacio donde se pudieran exhibir las obras modernas y contemporáneas más relevantes a nivel nacional e internacional.

“Así como se formaron el Tec de Monterrey, la UDEM y la Universidad Regiomontana, había que empezar una avenida cultural en Nuevo León para equilibrar la razón con el corazón”, declaró el año pasado Alfonso Romo, miembro del Consejo de Directores fundadores del MARCO, para Proceso. Efectivamente, se trataba de una región con un sector industrial cada vez más próspero y que estaba lista para crecer en otros ámbitos.

Cemex, Grupo CYDSA, Grupo IMSA, Grupo Industrial Alfa y Vitro fueron algunos de los consorcios que apostaron por este proyecto, en conjunto con los gobiernos estatal y federal. La cantidad invertida para su consumación fue de 10.5 millones de dólares de ese entonces (alrededor de 25 millones en la actualidad). Así, el MARCO se convertiría en uno de los puntos más emblemáticos del circuito cultural Macroplaza-Parque Fundidora, que también comenzó a impulsarse en esa época.

Este importante museo regiomontano se encuentra ubicado en la esquina de las calles Zuazua y Padre Raymundo Jardón, al costado de uno de los extremos de la Macroplaza, en el corazón de Monterrey. Su fachada resalta por sus formas que conjugan tradición y modernidad, sus colores vibrantes y, sobre todo, por la monumental paloma de bronce —escultura del artista plástico mexicano Juan Soriano— que con sus seis metros de altura invita al transeúnte a echar un vistazo a las joyas que se guardan entre esas paredes. El edificio de dos plantas, diseñado por el célebre arquitecto Ricardo Legorreta, ocupa una superficie de poco más de 16 mil metros cuadrados, sobre la cual se distribuyen 13 salas, 11 de las cuales son temporales, es decir, albergan exhibiciones durante determinados períodos de tiempo para luego dar la bienvenida a una nueva muestra artística.
En sus más de treinta años, el MARCO ha recibido a más de 5.7 millones de visitantes — alrededor de la mitad han ingresado de forma gratuita gracias a los distintos programas de la institución— que pudieron disfrutar de alguna de las 272 exposiciones que se han realizado aquí, de las cuales 162 han sido individuales. En el resto —es decir, las exhibiciones colectivas— han participado más de dos mil artistas. Se trata, pues, de un espacio que atestigua la evolución del arte en nuestra era.

INICIOS Y ARTE LATINOAMERICANO

El MARCO inició su trayectoria el 28 de junio de 1991, con una exposición sin precedentes: Mito y magia en América: los ochenta, la primera muestra de arte en Latinoamérica que conjugó obras de todo el continente. Proyectos de tal envergadura sólo habían visto la luz en Estados Unidos, pero ahora se presentaba una lectura de la creación continental desde un territorio hispano.

Trescientas piezas ocuparon las 11 salas temporales del museo, en un recorrido que reunió a 61 artistas de 17 países. En la exhibición, curada por Miguel Cervantes y Charles Merewethe, podía verse una búsqueda de identidad en las distintas latitudes americanas. En el caso de México, por ejemplo, era notable que esa identidad dejaba de estar tan arraigada a la Revolución para pasar a raíces más ancestrales, a un pasado más remoto.
Lea mas