Arte en América Latina e identidades culturales contemporáneas

Arte en América Latina e identidades culturales contemporáneas

Primero, hay que recordar a América Latina como un territorio colonizado por dos grandes naciones europeas, España y Portugal. Estos, a lo largo de cuatrocientos años, impusieron su cultura en América Latina a través de un tiránico y cruel proceso de colonización, que puso fin a las grandes civilizaciones andinas e ignoró la inmensa riqueza cultural de la numerosa población de pueblos originarios de Brasil.

Además, millones de africanos traídos por el mercado de esclavos se sumaron a las sociedades latinoamericanas. Este hecho ocurre en las regiones más tropicales de América, desde el Caribe hasta Brasil. Es en este escenario de diversidad étnica y sociocultural donde se implanta el estándar europeo de sociedad. Así, como todo lo demás, la historia del arte en América Latina es inseparable de la historia de Europa, de la que se ha vuelto, en cierto modo, dependiente.

Se puede citar, como ejemplo de la influencia del patrón europeo, el caso de Antônio Francisco Lisboa, O Aleijadinho (1738 - 1814). Hijo de un maestro de obras y arquitecto portugués y de un esclavo africano, brasileño nacido en Minas Gerais, demostró ser un importante artista del arte barroco y rococó en América. Tales estilos fueron reproducidos genuinamente por Aleijadinho, sin haber ido nunca a Europa ni frecuentado escuelas de arte.

 

Dado que el arte latinoamericano, y próximamente también el brasileño, es producto del afán artístico de las élites religiosas, económicas y culturales en los diferentes momentos históricos de estas naciones, los artistas siempre han cuestionado y respondido dentro de los paradigmas estéticos heredados de los colonizadores. Siendo este el estándar cultural adoptado por las élites latinoamericanas, es, entonces, el problema mencionado por el escritor Luiz Sérgio de Oliveira: “no basta con ser artista latinoamericano; es necesario ir más allá, es necesario traspasar fronteras, ser internacional”.

Desde la independencia colonialista de las naciones latinoamericanas y la formación de sus repúblicas y el advenimiento del movimiento modernista que, aun teniendo sus orígenes en Europa, trae en su esencia las rupturas con el conservadurismo en el arte y la cultura. Aparecen así los primeros rasgos que darán lugar a una identidad cultural y un reposicionamiento del arte en América Latina. Los artistas comenzaron a posicionarse como autores y ya no como simples intérpretes de la estética colonizadora.

La dependencia hasta entonces absoluta se vuelve relativa hasta el punto en que el purismo de Tarsila do Amaral sitúa al público europeo frente a una lengua que le es a la vez familiar y totalmente desconocida. (Amanecer Ades, 1997). Asimismo, Oscar Niemeyer rompió con la rigidez rectilínea del modernismo europeo en arquitectura, cuando, inspirado en las curvas de las montañas de Río de Janeiro, creó las columnatas de los palacios de Brasilia y las olas de Pampulha.

Sin embargo, desde principios del siglo XXI, el cuestionamiento de lo que significa ser latinoamericano ha ido cambiando. En plena era globalizada y de auge tecnológico, las fronteras se diluyen y las distancias se acortan. Pero aun así, la circulación del arte latinoamericano está limitada por el sistema dominante. Un ejemplo de ello son las exposiciones internacionales en las que, al representar a América Latina, incluyen solo a unos pocos países, desconociendo la pluralidad e individualidad que existe en cada uno de los 20 países que la componen.

La fluidez del mundo líquido, a la que se refiere Zygmunt Bauman, oculta el sistema excluyente reconfigurado. Persisten los estereotipos sobre el arte latino en todo el mundo como algo exótico o folclórico, en un intento de homogeneizar una región multicultural. Los países latinos, entonces, incorporan la función cotidiana de reescribir sus historias desde una perspectiva horizontal. En Brasil, por ejemplo, la artista visual Rosana Paulino aborda la investigación de temas antes poco discutidos en la escena artística brasileña, como el género, la identidad y la representación negra.
Ante el obstáculo a la autonomía de la producción cultural latinoamericana, ante el poder de las élites conservadoras dominantes, se buscan medios para su democratización y circulación. Por lo tanto, al comprender el contexto histórico en el que se establecieron los criterios y estándares artísticos, los artistas se reposicionan frente a la producción contemporánea. De esta forma, se pretende desplazar el movimiento creativo para que se extienda a los márgenes, y ya no a los centros.

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