Intentar asignar una función al arte puede ser una estrategia peligrosa. A diferencia de otras producciones donde hay un objetivo, en el arte no existe la necesidad de una utilidad práctica.
En cualquier caso, se trata de una actividad que, entre otras cosas, debe servir como catarsis, es decir, una limpieza emocional, que permita depurar lo que angustia al artista y, en un sentido más amplio, a la sociedad. Sería una forma de purificación, de dejar que los traumas se liberen a través de una descarga emocional provocada por la obra de arte.
Algunas personas, en cambio, creen que la función del arte es embellecer la vida. Este criterio es bastante dudoso, pues la belleza que porta una pieza depende de la personalidad de quien la interpreta y, principalmente, de lo que se considera bello en una determinada época, cultura y sociedad.
Todavía existe la creencia de que el arte tendría la función de promover la reflexión individual, estimulando la conciencia de nuestra condición humana.
El hecho es que el arte puede fomentar la reflexión social y colectiva, permitiendo que florezca una nueva visión sobre temas hasta ahora silenciados, constituyendo así un importante agente de transformación social.