El primer hilo conductor en el asentamiento de la modernidad es nuestro pasado colonial. La soledad, el distanciamiento y la marginación –resultados desastrosos de la colonización– son algunas de nuestras características, lo que sugiere la idea de que “el arte latinoamericano participa de una cultura por descubrir o explorar, una cultura por conquistar”, como observa Nelly Richard. La colonialidad surgió como una nueva estructura de poder cuando los europeos colonizaron las Américas y se inspiraron en las ideas de la civilización occidental y también de la modernidad como puntos finales del tiempo histórico y de Europa como el centro del mundo.
Según Aracy Amaral, “con los imperios y las culturas locales sepultados o reprimidos en este enorme territorio que hoy llamamos América Latina, los temas de la expresión plástica de la sociedad colonial fueron importados según las necesidades de los colonizadores”.
Los Revolucionarios, de David Alfaro Siqueiros
Walter Mignolo dice que la modernidad se construyó sobre la colonialidad, y ese es el lado más oscuro de la modernidad occidental. Actualmente, existe incluso un fuerte movimiento de “decolonialidad” (o decolonialidad) centrado en los flujos atlánticos. Mignolo explica que la decolonialidad requiere desvincular la matriz colonial ligada a la modernidad occidental, y solo así podremos imaginar y construir futuros globales en los que los seres humanos y el mundo natural ya no sean explotados. En este contexto, es importante señalar que el arte también fue un instrumento de poder, colonización y dominación y, por lo tanto, es fundamental pensar qué significa la idea de arte moderno en América Latina, o qué puede hacer la modernidad latinoamericana. traer. de pensamiento alternativo!
El barroco europeo traído aquí, por ejemplo, sirvió a la dominación política de América Latina, y como dijo Alfredo Boulton, artista e intelectual venezolano, “América Latina se conquistó con imágenes, más que con armas”. Es notorio y sintomático que, a principios del siglo XIX, muchos artistas europeos viajaron por América Latina, integrando misiones artísticas y científicas, propagando el modelo de enseñanza académica francesa, instaurando otro sistema de sumisión visual.
Pero en los últimos 120 años América Latina ha estado repensando este juego de poder. De acuerdo con Francisco Alambert, un gran historiador mexicano, contaba una anécdota un tanto tragicómica: en una exhibición de arte precolombino en la Ciudad de México, el poeta Octavio Paz acompañaba al ministro de Cultura francés, el escritor André Malraux, cuando éste habría escuchado de él, conmovido y asombrado por lo que vio, que “ellos”, los europeos, teníamos el arte griego y “nosotros”, los latinoamericanos, teníamos “eso”, el vital arte precolonial. El poeta entonces habría interrumpido al ministro y dicho algo así como: “No. Tenemos esto y los griegos. Esta historia nos ayuda a recordar que no somos solo occidentales, que nuestras raíces no son solo europeas sino también indígenas, precoloniales y africanas. Al mismo tiempo, muestra cuánto terminamos arraigados en la cultura occidental, sin poder desvincularnos más de ella.
El arte moderno que aquí se desarrolla, por tanto, está influido por Europa, pero no está exento ni aislado de las influencias locales no occidentales, no es ajeno al candomblé, la caipira, lo autóctono. Es una gran bola de contradicciones, pues sí parte de construcciones basadas en estándares estéticos europeos, pero eventualmente comienza a construirse también desde identidades estéticas y culturales locales, regionales, resurgiendo también de su pasado precolonial.
Así, es importante mencionar, entre las múltiples manifestaciones de la modernidad en América Latina, los ejemplos de México y Uruguay que “crearon” artistas como Torres García, José Clemente Orozco, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, entre muchos otros.