El 11 de enero de 1928, la pintora Tarsila do Amaral (1886-1973) amaneció ansiosa. Era el cumpleaños de su marido, el escritor Oswald de Andrade (1890-1954), y tenía preparada una sorpresa: un cuadro de 85 centímetros por 73 centímetros, pintado en secreto durante los últimos meses.
Con su actitud nerviosa y prolija, Oswald ni siquiera dejó que el artista le explicara la obra. Inmediatamente la felicitaron y dijo que era lo más asombroso que había hecho en su vida. "Esta pintura es excepcional", dijo. "Es el hombre plantado en la tierra".
El mismo día, Oswald mostró el regalo a uno de sus amigos, el poeta Raúl Bopp (1898-1984). Y juntos empezaron a ver allí, en aquella enigmática figura, un indio caníbal, un hombre antropófago, el que devoraría la cultura para adueñarse de ella y reinventarla.
Tarsila se dejó llevar por la interpretación y acudió a un antiguo diccionario tupí-guaraní. Allí encontró las palabras "aba" y "poru" - "hombre que come". Fue bautizado el que se convertiría en el cuadro más valioso del arte brasileño, Abaporu.
Pero lo que sería simplemente un regalo de cumpleaños de una artista a su marido terminó trascendiendo cualquier relación para convertirse en una de las pinturas más famosas de Brasil y, sin duda, la más valiosa.
"Su grandeza surgió desde el principio, porque en ese contexto terminó inspirando el Manifiesto Antropofágico, escrito por Oswald, y el movimiento que surgiría de ese texto, la Antropofagia", dice Tarsilinha do Amaral, sobrina nieta y responsable por los derechos de la obra del artista, en entrevista con BBC News Brasil.
"Luego, el cuadro acabó convirtiéndose en un símbolo de todo lo que el modernismo quería decir. La antropofagia, en el sentido de absorber la cultura europea, dominante en la época, y transformarla en algo nacional, todo eso se sintetizó con Abaporu".
"Un cuadro con esta historia ganó importancia y fama. Y todo contribuyó para que se convirtiera en el cuadro más importante del arte brasileño", dice Tarsilinha.