Mirando un cuadro de Luis Cruz Azaceta

Mirando un cuadro de Luis Cruz Azaceta

El 'mayor de la tribu' de los artistas cubanoamericanos comenzó a tratar el tema del balsero desde 1967. Aquí, la mirada sobre una de sus obras más importantes.

Luis Cruz Azaceta (Marianao, 1942) es sin duda el "mayor de la tribu" de los artistas cubanoamericanos; el que ha recibido más reconocimiento nacional, continental y europeo de la generación que llego al exilio en los 60. Se educó en una escuela de arte neoyorquina y ha vivido de su arte durante las últimas cinco décadas. Su carrera no le debe nada a la educación de arte del régimen castrista ni a su maquinaria publicitaria. No ha regresado de visita a la Isla, y hasta este momento su obra no ha entrado en la colección del Museo Nacional de la Habana.

Sus vocabularios visuales reflejan malestar social, turbulencias y caos, una política desmembrada, una identidad en fuga y una realidad mucho más complicada y densa que asume el caos social de su tiempo, más allá de los temas de la diáspora cubana. Su trabajo, que ha cambiado los lenguajes estilísticos a lo largo del tiempo manteniendo la consistencia visionaria de contenido, tiene un rasgo importante en común en todo momento: un diálogo con los efectos de la experiencia traumática del exilio cubano como las raíces de su expresionismo social.
A primera vista sus pinturas nos engañan. Parecen tan ásperas, tan desagradables, que queremos mirarlas rápidamente y seguir adelante. Entonces lo reconocemos: sus obras están prácticamente llenas de la misma figura una y otra vez. Ojos saltones, nariz ganchuda, bigote, cuerpo delgado. Se trata del artista Luis Cruz Azaceta. A diferencia de otros artistas posteriores a la Segunda Guerra Mundial como Francis Bacon o José Luis Cuevas, el autorretrato de Cruz Azaceta no es una manifestación de un narcisismo retorcido. Cruz Azaceta se transforma en todos los seres humanos: habitante urbano, criminal y víctima, dictador, paciente del sida, artista perdido en un laberinto, balsero. De todos estos personajes, es el balsero el que representa más conmovedoramente la condición de exiliado cubano de Cruz Azaceta.

Nacido en 1942 y criado en Marianao, un suburbio de La Habana, Cruz Azaceta creció en una clase media que luchaba para sobrevivir. Cruz Azaceta pasó mucho tiempo en el taller de carpintería de su abuelo materno, donde observó las puertas, mesas y sillas hechas por sus tíos. El joven Luis dibujaba personajes de dibujos animados en los restos de madera, estas figuras luego serían recortadas por sus tíos y Luis las pintaría y vendería por el vecindario. Cruz Azaceta recuerda su infancia con afecto y alegría, llena de momentos agradables, que pasaba mayormente en las calles (cuando no estaba en la escuela o en la tienda de su abuelo), jugando a la pelota con sus amigos.