«El arte fue inicialmente una cuestión de minorías para minorías, después de minorías para mayorías y nosotros estamos iniciando una nueva era en la que el arte es una empresa de mayorías para mayorías» // José Antonio Abreu
Popularmente, el concepto de arte ha estado directamente ligado a un universo rico y variado percibido como lejano de lo cotidiano. Como un mundo aparte dónde el acceso es limitado y restringido a unos pocos escogidos. Desde hace algunos años, el arte está teniendo un nuevo rol, más centrado en el proceso artístico que en la idea de obra acabada. La realidad nos dice que el arte tiene, en primer lugar, una capacidad transformadora de la persona y de la comunidad.
Para poder definir qué es el arte nos acercaremos a la teoría del arte occidental, la cual marca cuatro criterios para evaluar una producción como artística (Wajnerman, 2007):
a) La singularidad, es decir, la existencia de un solo ejemplar de la obra en cuestión.
b) La originalidad, entendida como la novedad que aporta la creación.
c) La genialidad, entendida como la capacidad de expresión exclusiva de un grupo “selecto” de personas llamadas “artistas”.
d) La función estética como predominante delante de otras funciones, como pueden ser las políticas o religiosas.
Atendiendo a esta definición, el artista está explicado como miembro de un grupo de personas limitado, de un perfil poco común con una finalidad que lo hace especial. Aun así, el desarrollo de la variedad de lenguajes artísticos y su evolución no nos permite quedarnos sólo con una definición de arte o de artista. Lo cotidiano lo sobrepasa.