Artistas que transformaron el Arte Contemporáneo en Latinoamérica 1
En Latinoamérica, el período comprendido entre principios de los años 60 y finales de los 80, estuvo marcado por regímenes autoritarios, desigualdad extrema, violencia sistemática, movimientos sociales, represión de la población. Pero también, fue un período donde las mujeres manifestaron su radicalidad a través de diversos lenguajes plásticos, explorando la dimensión política de sus cuerpos, experimentando conceptual y estéticamente, y organizándose en colectividades que transformaron el arte en esta región.
Aunque los contextos históricos y de creación son específicos para cada país, hicimos esta selección -insuficiente para comprender la importancia que tuvieron cientos de mujeres en la construcción de estos otros relatos de la historia del arte- considerando que varios autores ubican los cambios en los lenguajes e iconografías que dan lugar a lo que entendemos como arte contemporáneo, en los años sesenta. Como referencia también se encuentra la extensa investigación historiográfica con perspectiva de género que fue la exposición Radical Women: Latin American Art, 1960–1985 (2017) en el Hammer Museum, con curaduría de Cecilia Fajardo-Hill y Andrea Giunta. Una muestra que asumió el compromiso de poner en diálogo obras de 120 artistas latinoamericanas, latinas y chicanas que habían sido parcialmente invisibles pero indiscutiblemente importantes para comprender la historia y el presente del arte en nuestros países.
Lygia Pape
Brasil (1927-2004)
Representante del movimiento neoconcreto durante los años cincuenta y sesenta, Lygia Pape construyó su práctica de forma sistemática desafiando los principios de la abstracción geométrica en los que se basaba el arte concreto para avanzar hacia una expresión más orgánica. En sus primeros Desenhos, las formas geométricas recuerdan pentagramas musicales, donde los ritmos visuales de líneas, cuadrículas y rupturas se hacen composiciones. En Tecelares, reinterpreta el proceso xilográfico, dejando de lado la noción de lo múltiple para crear obras de arte individuales, donde los ritmos de reflejo, duplicación y espacio negativo interactúan para activar las superficies. Los Libros de la Creación, de la Arquitectura y del Tiempo y sus icónicas instalaciones Ttéias sintetizan su proceso artístico; estas últimas, como entornos inmersivos definidos por distribuciones geométricas de hilos de plata y oro suspendidos desde el suelo hasta el techo y esquinas de la habitación.
Zilia Sánchez
Cuba (1926)
«¿Por qué sigo haciendo obras?» preguntaron alguna vez Zilia Sánchez. «Pues porque lo necesito. Lo llevo conmigo” contestó. Nacida en Cuba, decidió radicarse en Nueva York desde 1962 y después mudarse en 1972 a Puerto Rico. Es allí donde comienza una serie de pinturas donde experimenta con los elementos figurativos del cuerpo femenino y el lenguaje formal de la abstracción. La calidez y erotismo de las siluetas de sus lienzos, a los cuales nombró con frases sugestivas como Topología Eróticas, rompió con la aproximación fría e impersonal asociada a la abstracción en América Latina. En Troyanas, repite las formas para crear una mayor sensación de duplicación y utiliza el dualismo visual para establecer un sentido de lo que denomina equilibrio estético. Sus obras siempre han estado atentas a la experiencia femenina, honrando las vidas y cuerpos de las mujeres, incluido el suyo.
Marisol Escobar
Venezuela (1930–2016)
Marisol Escobar pasó su infancia siguiendo a sus padres en sus viajes y su formación artística fue irregular, ecléctica, académica y en gran medida autodidacta. Sus primeros años estuvieron marcados por el expresionismo abstracto, pero pronto prefirió la escultura a la pintura y su forma particular de trabajar con los materiales, especialmente la madera, y más tarde el yeso, los objetos y la electricidad. A finales de la década de 1960, su estilo y su reputación estaban consolidados, y aunque su vida personal la asociaba al movimiento del arte pop, su trabajo estaba realmente por fuera de cualquier legado formal. Eso resultaba lo más inquietante y también lo más interesante. Sus esculturas parecían estar cercanas a las estatuas de columnas medievales, a los tótems de los nativos americanos y a las cabezas pegadas, pintadas o esculpidas de Hofmann; donde las manos, únicos signos de expresión de estas máscaras sin vida alineadas, eran refleja de una soledad voluntaria.